Reunidos los señores que al final suscriben en la Sala Capitular y abierta la sesión, el presidente hizo saber que, al pasar por la ciudad de París el Rey Don Alfonso, el día 29 de diciembre último, fue insultado, apedreado y cobardemente ofendido por turbas miserables, pertenecientes a la nación francesa.
Que el más insignificante pueblo de la sierra de los Filabres debe protestar en contra de semejante atentado, y hacer presente, recordar y publicar que solamente una mujer bieja [sic] y achacosa, pero hija de España, degolló por sí sola a 32 franceses que se albergaron, cuando la invasión del año ocho, en su casa. Que este solo ejemplo basta y sobra para que sepan los habitantes del territorio francés que el pueblo de Líjar, compuesto únicamente de 300 hogares y 600 hombres útiles, está dispuesto a declararle la guerra a toda la Francia, computando por cada diez mil franceses un habitante de esta villa; pues es necesario que sepa la tierra gala que España ostenta en su escudo la insignia de más valor que pueda ostentar la Primera Nación del Mundo. Tiene en él nada menos que un león.
Que cuenta la historia española un Sagunto, un San Marcial, un Bailén, Lepanto, Otumba y Zaragoza, y ninguna historia de las que se conocen hasta el día puede presentar ejemplos tan terribles.
Que un Carlos I de España supo hacer prisionero a un rey francés; que un Felipe II supo abarcar en un reinado de un confín al otro de la tierra, y que ahora, aun cuando el pueblo de España no cuenta ni con un Gonzalo de Córdoba, ni con un Juan Chacón, ni con un conde de Cabra, ni un Dureña Ponce, hay todavía vergüenza y valor para hacer desaparecer del mapa de los continentes a la Cobarde Nación Francesa [sic]
Así:
El Ayuntamiento, tomando en consideración lo expuesto por el Alcalde, acuerda unanimemente DECLARARLE GUERRA a la nación francesa, dirigiendo comunicación, en forma debida, directamente al Presidente de la República Francesa, anunciando previamente al gobierno español esta resolución.